¿Alguna vez habéis sentido ese cosquilleo animado dentro del estómago al pensar en algo? A mí me pasa cuando creo y dirijo cine. Es una de esas cosas que VALEN la pena.
Hay gente que disfruta con el fútbol, otra con el deporte. Yo gozo de la libertad de componer una armonía dentro de un caos a través de la capacidad de razonar, sentir y ser. El cine te elige a tí y tú eliges al cine. Es una relación apasionada y apasionante.
Tras noches, tardes y horas acumuladas de historias que forman parte de mí, me daba cuenta cómo tenía SENTIDO usar mi punto de vista sobre el entorno a través de las herramientas propias del cine. El séptimo arte me brindó la oportunidad de conocerme y ser sincero sin miedo a la opinión de la mayoría. Me permite, como se dice, contar mentiras para mostrar la verdad. Eso siempre. Es una interesante herramienta que ahonda profundo, olvida y recuerda. Es un lenguaje universal que, a veces, derrumba muros y plantea visiones que no queremos apreciar.
Hacer cine es un estilo de vida. Hay una fina línea entre tu vida personal y tu mundo profesional. Tanto es así que ambos mundos están, más bien, conectados. Cuando hay algo mal en lo personal intento reflejarlo en papel, vídeo, sonidos, formas, colores, etc. Es una forma organizada de organizarme por dentro. Es el motivo, en realidad, de crecer bajo unos parámetros que, al fin de cuentas, dan sentido a tu vida.
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